Conflictos – Encuentros

¿Qué se pone en juego cuando hay disputa entre dos niñ@s?

  • Vemos conflicto. ¿Pero acaso el conflicto no forma parte de la socialización? Hay conflicto, pero también hay encuentro.

Vemos un/a niñ@ con sentimientos de invasión, frustración, dolor, angustia, quizá ha perdido su juguete, quizá ha recibido un golpe. ¿Pero qué hay de las emociones que habita el otro niño o la otra niña?

Hay dolor, pero ese dolor es para ambas partes.

  • Ahora bien, como adult@s podemos leer esto. Pues entonces, hay emociones displacenteras entre las/lo niñ@s. ¿Pero qué hay de las emociones que se ponen en juego en l@s adult@s responsables? Hay emociones no tan gratas floreciendo entre niñ@s, pero también las hay entre las/los adult@s responsables.

Despleguemos estos puntos…

1- El proceso de socialización entre niñas y niños comienza por encuentros sutiles al compartir un espacio. En la sutileza de esos exquisitos encuentros es muy común que los intereses se compartan. ¡Y esto es riquísimo! El descubrimiento del mundo por parte de infantes sucede gran parte gracias a la búsqueda y el poder de imitación. De este modo, nace también la tan preciada capacidad de empatía. Y por supuesto, nace una creciente capacidad socializadora.

  • ¿Qué logramos los adultos, si todo el tiempo estamos mediando los encuentros entre seres que empiezan a entender el mundo, a entenderse, a entender a las otras y otros, a la vez que comienzan a comprender su capacidad de relacionamiento?

Sencillamente coartamos su propia capacidad innata para ello, los volvemos dependientes de terceros. Se gestan dificultades para comprender sus propios intereses, para tolerar frustraciones, para comprender los deseos de otras y otros, dificultades para poner límites propios, para negociar, para trascender, para compartir. Y ¿cómo se integran todos estos aprendizajes? Sencillamente en la experiencia.

  • Como adultos, es preciso confiar en la niña, en el niño, ese es el punto clave para cualquiera de sus logros. En este caso, es preciso confiar, primero en su manifestación, también en su interés de encuentro y su capacidad de resolución.
  • Es preciso entonces, no adelantarnos, no invadir ese encuentro, ese conflicto que puede desencadenarse en una maravillosa resolución poniendo en juego riquísimos aspectos de socialización. Pues entonces, dar tiempo…

2- Claro, podemos dar tiempo… ¿Pero qué sucede si el conflicto no logra resolverse, por parte de l@s niñ@s en cuestión, desde un lugar amoroso?

  • Sí, como ante toda vivencia desagradable, como adult@s es preciso estar alerta y en escucha para encontrar un modo de intervenir sin mayor invasión.

No deseamos que sufran el encuentro con otros, no deseamos que se sientan desprotegidos, no deseamos que se lleven marcas en su cuerpo de un encuentro no tan grato.

Ahora bien, una vez desatado un momento en donde un niño agrede a otro, surge muy fácilmente la empatía y entonces la contención por “el agredido”, y el reproche y el enojo con quien agredió físicamente. Y muchas veces también, la mirada adulta recorta la historia viendo solamente una parcialidad de la misma.

  • ¿Qué es preciso ver aquí? Los conflictos tienen una historia, una historia en ese mismo encuentro y una historia que va mucho más allá de ese encuentro preciso. Un golpe, una sacada de juguete, no deja de ser una resolución a un conflicto interno; de la vivencia de emociones no gratas. Puede estar más o menos linkeado con la situación actual.

Si los dejamos observar la situación acontecida, si no tapamos el hecho con reproches y palabrerías, l@s niñ@s son capaces de reconocer sus propios actos.

Quien agrede, la está pasando mal y no encuentra los recursos para expresar lo que siente de manera positiva.

Amb@s necesitan de apoyo, de atención, de escucha, de límites contenedores. Es preciso observar y cuidar la integralidad física y emocional de ambas partes.

  • Y, en esa escucha es preciso tener en cuenta que todas las emociones son válidas: rabia, dolor, enojo, celos, frustración, hasta sentimiento de odio. Sería violento de nuestra parte intentar extinguirlas. Verbalicemos y acompañemos en su sentir, VALIDEMOS.

El punto anterior NO quiere decir que todas las acciones son válidas. Debemos transmitir que agredir física o emocionalmente al otro NO es una opción.

El límite y la contención integrados sanamente se encuentran en la conjunción de estos dos puntos anteriores. Comprensión de la emoción mas no justificación de la acción.

 

En definitiva, ante conflictos, es oportuno confiar en la autorregulación de l@s niños, pues ahí está la base del logro de su autorregulación. Pero también mantenernos muy atentos a cuando nos puedan necesitar para que les ayudemos a transitar esta regulación.

No olvidemos que en cada uno de estos eventos hay por parte del infante, o bien una asimilación de impotencia (de la índole “no soy capaz de regular mis emociones y tiendo a la agresividad”); o bien una experiencia más en el proceso de regulación y resolución de conflictos emocionales que implican también un rico proceso de socialización.

 

3- Sí, todo suena muy maravilloso y armónico si logramos la total empatía y comprensión de la situación. Pero cuando un torbellino de emociones circula en nuestra hija, hijo, o niñ@ a cargo, cargado de resoluciones corporales no gratas para otr@s; un mar de emociones también nos visita a nosotr@s:

¡No quiero que mi pequeñ@ sufra! ¡Menos quiero que haga sufrir a otr@! Quiero ser comprensiva, pero no puedo tolerar verle actuar de ese modo. Siento culpa. Me cuestionarán que no sé poner límites, me cuestiono porqué tiene esas reacciones. ¿En dónde fallé? ¿Qué he hecho “mal” para que llegue a manifestarse de este modo? ¿Qué me quiere decir? Me aterra que lastime otr@. Comprendo que quizá lo puedan resolver, no quiero invadir, pero vuelvo a aterrarme porque MI hij@ ocasione malestar en otr@.

 

Sí, hay mucha carga personal, hay mucho en juego en la acción de quien crio. Existe una especie de sentir de que lo que hace mi hij@ lo hago yo… Ahora bien, si logramos comprender los puntos anteriores de autonomía y empatía con l@s niñ@s, pero si también podemos tomar contacto con que la crianza muchas veces nos desborda, si logramos también ser empáticas y empáticos con nosotr@s mism@s; estaremos del lado de la comprensión, alejándonos de la culpa (hacia el infante y hacia nosotr@s).

  • De este modo probablemente encontremos más calma para dejar ser a la niña y al niño, para habilitarles a resolver; y para actuar más activamente desde una muy sutil escucha cuando realmente sea necesario y del modo más acertado.

No es sencillo, pero tenemos herramientas. La comprensión de todos los niveles se vuelve clave.